Raíces

 

Cada verano se repite este infinito viajar a ninguna parte. Es para junio, cuando comienzan a revolotear a mi alrededor ese coro arrullador de tórtolas y palomas. Con las primeras luces del día fijo mi atención en esa montaña no tan distante. Con sus picos afilados como cuchillos, moldeada al capricho de un sublime escultor, se me antoja tan distinta al llano en el que vivo.

Con cada nuevo amanecer del año la observo curioso, pero en invierno las nieves de sus cumbres me dejan frío. Es siempre para junio cuando de verdad despierta su llamada en mi seco interior. No podía verla cuando era un retoño recién llegado a este llano amarillo, pero crecí y se convirtió en un paisaje habitual para mí. Cada junio intento sacudirme la pereza, toda esa carga de hojas secas y de carga muerta, para poder iniciar mi viaje hacia la montaña que se dibuja contra mi horizonte. Hago propósito de enmienda y vuelve a brotar la ilusión en mí. Esta vez no será como el verano anterior, escudriño dentro de mí para entender qué falló el año pasado, por qué no emprendí el viaje. Quizás dejaron de latir las ganas de estar vivo en este corazón de madera. Pero ahora es distinto, venceré mis flaquezas y escalaré su cumbre.

Es difícil explicar qué es lo que me atrae de ella. En los días claros de primavera, antes de que la calima enturbie la visión lejana, creo reconocer en su cumbre a otros como yo. Parece imposible, de siempre nos dijeron que los que son como nosotros viven en este llano. Cargado de savia nueva, vuelve a mí esa fuerza que me empuja a no quedarme aquí plantado.

¿Y si dejáramos ya el viaje para el próximo verano? Alguna urraca malmetida te zahiere, quizás el próximo verano ya no andes por aquí, viejo caduco. Haré oídos sordos a las urracas, una buena mañana me arrancaré a andar y llegaré hasta su cima, donde el verdor me hará olvidar este llano amarillo. Donde la brisa de la montaña borrará de mi corteza el reseco paso de los siglos.

Es la condena de echar raíces en un lugar, por mucho que esos pájaros negros me repitan que ésa es mi obligación, como la de todo buen olmo.


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