Un verano sin elefantes

Dicen que los niños no nos enteramos de nada, pero en realidad nunca nos contáis nada. Yo no sé cuándo comenzó a fastidiarse mi viaje del verano, pero sospecho que fue antes de las vacaciones de Semana Santa que tampoco tuve. Cuando la directora dijo que no volveríamos al cole. De repente todo el mundo comenzó a llevar mascarilla y nosotros terminamos encerrados en casa hablando cosas feas de los chinos. Pero sigo sospechando que fue entonces cuando empezó todo.

Antes de que os cuente desde dónde estoy escribiendo, os quiero explicar que para mí esto no es un viaje de verano. Yo solo pedía otro verano normal, cuando nos vamos en un avión con camas que tarda un día entero en llegar a la isla de todos los años. Allí todo el mundo es amarillo, y siempre me sonríen con los ojos medio cerrados. Papá hace surf y habla menos con los del trabajo, mamá está un poco más feliz y si me porto bien y no molesto, podemos dar un paseo en elefante por la isla. Un verano normal, como todos los niños de mi clase.

Ahora sí, os quiero contar dónde he terminado esta vez. Y digo que me han engañado, esto no está siendo un viaje ni nada parecido. Papá me montó en el coche una mañana, y no es lo normal de unas vacaciones. Esta vez no había un señor bien vestido en la puerta del chalet que nos llevara al aeropuerto. Tampoco es normal que mamá se quede en casa, pero tiene cosas que hacer. Eso es lo que me han contado a mí, pero creo que no ha vuelto a hablar con papá desde esa mañana. Lo sé porque no he escuchado gritos.

Pero dejadme que siga con la historia de este viaje. Me monté en el coche con una pequeña maleta que preparó la asistenta. Me hicieron despedirme de ella porque en septiembre ya no estará en casa. Quizás se fuera de vuelta a la isla donde todos son amarillos, pero no lo sé. Después vinieron muchas horas de coche, demasiadas porque me mareo y no estaba mamá. Me di cuenta que la carretera se iba haciendo cada vez más estrecha. Prefiero pasar más horas en la cama del avión jugando con la pantalla que este rollo de la carretera. Este viaje marea, porque la carretera estaba como rota, le faltaban trozos y papá decía que estaba igual de mal que cuando era niño. Nuestro coche estaba preparado para andar por el campo sin carretera, pero a eso papá lo llama publicidad engañosa. Y lo sabe bien porque él trabaja haciendo esos anuncios de la tele. Os decía que la carretera estaba rota, pero yo iba algo mejor después de vomitar. Papá se enfadó porque la tapicería de cuero no está pensada para niños.

Le pregunté a papá por qué estaba todo vacío. No hay ciudades en la carretera por la que llegué hasta aquí. Cada mucho rato pasamos por lo que los mayores llaman pueblo, que es como una ciudad pero en pequeño y en triste. Yo no vi personas, pero tiene que haber gente viviendo en esos pueblos, había perros tumbados a la sombra. Lo normal era ver solo campo por todos lados. No es el campo que vemos en los viajes de esquí, con los árboles más altos que rascacielos y todo verde. El campo de esta carretera estaba vacío. Tenía un color amarillo y feo que pondría muy triste a nuestro jardinero. Papá no explica mucho las cosas, pero esta carretera rota la conocía muy bien, no tenía que mirar el GPS. Repetía muchas veces que estaba todo igual, pero yo creo que quería decir igual de mal. No sabía dónde me llevaba pero aparcó el coche justo cuando volvían a entrarme ganas de vomitar en la tapicería.

Así fue cómo llegué aquí. Es otro sitio de esos que los mayores llamáis pueblo. Ya lo sabéis, terminé en uno de esos pueblos en el verano que también llaman del coronavirus. La casa es del papá de mi papá. Yo recuerdo su cara, vino a vernos una vez cuando estaba en la guardería. Cocina mejor que la asistenta, tiene un montón de tiempo y me explica palabras vuestras como palemia o la munidad. No lo sé, pero papá nunca me habló de él, por eso no entiendo qué está pasando este verano del coronavirus.

Por eso quería escribiros, porque no entiendo nada y aunque soy valiente, tengo miedo. Papá no se ha traído el ordenador en la maleta. Aquí no tenemos conexión, me dice, pero creo que ya no lo necesita, tampoco le llaman por teléfono. Dice que el próximo curso iré a otro cole, que será guay porque no tendré que llevar chaqueta y corbata, ni te obligan a hablar en inglés.

Vosotros sois también mayores y entendéis las cosas mejor que yo, pero esto huele peor que la caca de bebé. Papá también me dio la mala noticia de que no van a encargarme un hermanito, y me tiene que explicar una cosa de mamá y él. Creo que en septiembre, cuando vuelva de este viaje, nada volverá a ser como antes de las mascarillas.



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