Raíces
Cada verano se repite este infinito viajar a ninguna parte. Es para junio, cuando comienzan a revolotear a mi alrededor ese coro arrullador de tórtolas y palomas. Con las primeras luces del día fijo mi atención en esa montaña no tan distante. Con sus picos afilados como cuchillos, moldeada al capricho de un sublime escultor, se me antoja tan distinta al llano en el que vivo. Con cada nuevo amanecer del año la observo curioso, pero en invierno las nieves de sus cumbres me dejan frío. Es siempre para junio cuando de verdad despierta su llamada en mi seco interior. No podía verla cuando era un retoño recién llegado a este llano amarillo, pero crecí y se convirtió en un paisaje habitual para mí. Cada junio intento sacudirme la pereza, toda esa carga de hojas secas y de carga muerta, para poder iniciar mi viaje hacia la montaña que se dibuja contra mi horizonte. Hago propósito de enmienda y vuelve a brotar la ilusión en mí. Esta vez no será como el verano anterior, escudriño dentro...
Comentarios
Publicar un comentario